Milgram resumiría el experimento en su artículo "Los peligros de la obediencia" en 1974 escribiendo:...(Sigue leyendo>)
"Los aspectos legales y filosóficos de la obediencia son de enorme importancia, pero dicen muy poco sobre cómo la mayoría de la gente se comporta en situaciones concretas. Monté un simple experimento en la Universidad de Yale para probar cuánto dolor infligiría un ciudadano corriente a otra persona simplemente porque se lo pedían para un experimento científico. La férrea autoridad se impuso a los fuertes imperativos morales de los sujetos (participantes) de lastimar a otros y, con los gritos de las víctimas sonando en los oídos de los sujetos (participantes), la autoridad subyugaba con mayor frecuencia. La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad constituye el principal descubrimiento del estudio."
A través de anuncios en un periódico Milgram seleccionó a un grupo de 1000 hombres de todo tipo de entre 25 y 50 años de edad a quienes pagaron cuatro dólares y una dieta por desplazamiento por participar en un estudio sobre “la memoria y el aprendizaje”. Estas personas no sabían que en realidad iban a participar en una investigación sobre la obediencia.
Cuando cada participante llegaba al impresionante laboratorio se encontraba con un experimentador (un hombre con una bata blanca) y un compañero que, como él, iba a participar en la investigación.
Uno era designado para hacer de “maestro” y al otro le correspondía el papel de “alumno”. La tarea del maestro consistía en leer pares de palabras que el alumno debería ser capaz de repetir. Si fallaba, el maestro tendría que darle una descarga eléctrica como una forma de reforzar el aprendizaje. El experimentador les explica que las descargas podían ser extremadamente dolorosas y antes de comenzar les aplica a ambos una de 45 voltios para “probar el equipo”, lo cual permitía al maestro comprobar la medianamente desagradable sensación a la que sería sometido el alumno.
El experimento comienza. Los errores iniciales son castigados con descargas leves que van en aumento. A partir de los 120 voltios el alumno grita diciendo que las descargas son dolorosas. A los 135 aúlla de dolor. A los 150 anuncia que se niega a continuar. A los 180 grita diciendo que no puede soportarlo. A los 270 su grito es de agonía, y a partir de los 300 voltios está con estertores y ya no responde a las preguntas. Cada vez que el maestro intenta detenerse el experimentador le dice impasible: “Por favor, continúe”. Si sigue dudando utiliza la siguiente frase: “El experimento requiere que continúe”. Después: “Es absolutamente esencial que continúe” y por último: “No tiene elección. Debe continuar”. Si después de esta frase se seguía negando, el experimento se suspendía.
En realidad el alumno era siempre un cómplice (un actor) del experimentador que no recibía descarga alguna y que fallaba las preguntas a propósito. Lo que el ingenuo maestro escuchaba era una grabación con gemidos y gritos de dolor que era la misma para todo el grupo experimental, y que el actor gesticulaba. Sin embargo estas personas no sabían nada del engaño hasta el final de experimento. Para ellos los angustiosos gritos de dolor eran reales.
Estudios previos al experimento habían predicho un promedio de descarga máxima de 130 voltios y una obediencia del 0%. Pero los datos obtenidos sorprendieron a todos: el 62′5 % de los sujetos obedeció hasta el final, llegando a los 450 voltios, incluso aunque después de los 300 el alumno no daba ya señales de vida. Investigaciones similares posteriores han arrojado siempre resultados idénticos.
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